Algunos nos habíamos inscrito a la popular de Canillejas con mucho tiempo y sin ninguna duda, simplemente porque está grabada a fuego desde hace años en nuestro calendario personal, o porque no podemos desaprovechar la oportunidad de correr por las calles cortadas de nuestro barrio; otros habíamos dudado hasta el último momento, porque no estábamos seguros de nuestra forma o de nuestra motivación; algunos, aun estando inscritos, nos habíamos lesionado inoportunamente y tuvimos que renunciar el día antes a correr, y aun así nos acercamos a la salida o nos apostamos en puntos estratégicos del recorrido para animar a los corredores (algunos yendo de un punto a otro en bicicleta, lo que nos hizo parecer espectadores ubicuos) y vivir la carrera de otra forma.
[Manolo Griñán, 1/4] —Para mí, la carrera de Canillejas del pasado domingo fue muy especial. Tanto que no dudé en correrla a pesar de que hace apenas unas semanas había renunciado a hacerlo debido a algunos contratiempos físicos. No se trataba de competir, ni siquiera tenía que ver con correr. Era tan sencillo y tan natural como “estar ahí”, buscar el calor humano y compartir sentimientos. El minuto de silencio por nuestra querida Magdalena me sumió en un pensamiento existencialista del que no fue capaz de sacarme ni siquiera el pistoletazo de salida.
Algunos de todos esos que íbamos a participar en la carrera somos del Suanzes, que nos enviábamos mensajes el sábado para quedar el domingo antes de la salida: para saludarnos, para trotar juntos y calentar un rato, o para hacernos unas fotos. Aunque todo eso no fuera, en muchos casos, más que un pretexto para ponernos a intercambiar impresiones sobre Mada y lo cálida que era contigo aunque la trataras poco; o anécdotas sobre aquel entrenamiento en que nos perdimos con ella al salir del parque porque necesitábamos hacer kilómetros y estábamos hartos de los mismos caminos, o sobre aquellas carreras en las que coincidíamos y hacíamos un trecho juntos riéndonos de las cuestas. Otros, en cambio, antes de la salida preferimos la soledad y el silencio y sumirnos en nuestros propios pensamientos. Ah, sí, ponernos todos el lazo negro en las camisetas para compartir la tristeza, ver por ahí otras corredoras cuyas caras no nos suenan de nada que también llevan un lazo negro, preguntarse de qué la conocerían, si la conocieron; qué momentos compartirían, qué recuerdos les quedarán de ella.
[Manolo Griñán, 2/4] —Me apasiona el atletismo por muchas razones. Me sirve para conocerme, no solo para saber dónde están mis límites o para demostrarme que lo imposible puede dejar de serlo si combinamos compromiso y esfuerzo en la misma ecuación, sino para saber quién soy. Cuando entreno en solitario pienso mucho. Me hago preguntas que no tendría ocasión de hacerme cuando estoy metido en la rutina diaria. Me doy cuenta del valor exagerado que damos a algunas cosas y de lo que desatendemos otras en aras de un equivocado concepto del éxito y del fracaso.
Pero cuando entreno acompañado soy feliz. Apenas pienso. Frivolizo con los compañeros. Hacemos chistes de toda guisa y nos reímos de nosotros mismos, que es lo más sano que uno puede hacer. Soy consciente del privilegio que supone conocer a personas que uno jamás esperaría haber encontrado de haber seguido las rutinas de la sociedad actual. Todas son maravillosas. Algunas, además, son especiales.
De pronto, inesperadamente, justo antes del disparo, el speaker pide un minuto de silencio. A algunos se nos hace un nudo en la garganta y se nos saltan las lágrimas, incontenibles; de todas formas habíamos venido a hacer la carrera por Mada, a atravesar la línea de meta por ella, o con ella, o en vez de ella. Otros hemos venido, también (o en muchos casos, “en cambio”), a correr como gesto de solidaridad por otro compañero del Suanzes, José Luis Capitán, y durante la carrera veremos muchísimos corredores con las camisetas que a alguien se le ha ocurrido que llevemos como gesto de apoyo (“Estamos contigo. Ánimo, campeón”).
[Manolo Griñán, 3/4] —A Magdalena no me hizo falta conocerla demasiado. Apenas coincidí con ella en una docena de ocasiones y supe de la pasta que estaba hecha. Una de esas personas que proyectan bondad y animosidad en quienes las rodeamos. En estos tristes días me siento afortunado de ser corredor porque el atletismo me brindó la ocasión de coincidir con ella.
En cambio otras, u otros, somos ajenas a todo eso, no conocimos a Mada, o apenas hemos tratado a José Luis, y hemos venido simplemente a correr y a disfrutar en esta mañana soleada de un otoño suave y benigno; somos ajenas incluso a Pueyo, a quien el organizador de la carrera, José Cano, decidió hace meses rendir homenaje por toda una vida dedicada al atletismo en el barrio, muchos de todos esos años desde el Suanzes (en fin, desde que el Suanzes es Suanzes). Casi parece mentira que no sepamos quién es, él que instiló el amor por el atletismo en muchos niños y niñas, aunque luego no consiguieran grandes logros ni impresionantes marcas, pero que siguen practicándolo, atletas casi anónimos, muchos años después: por el mero disfrute, o quizá por la satisfacción de realizar pequeños progresos (una virtud de Pueyo, ésta, que seguramente no fue suficientemente ponderada cuando le homenajeamos el año pasado).
Y la carrera se desarrolla más o menos según lo previsto: los que corremos a 3'14” o a 3'24” por kilómetro, muy concentrados (por no hablar de “los marroquíes” que acabaremos a una media de 2´55” o 3'05”); los que vamos a 5'25” o a 5'35”, algo más relajados, nos podremos permitir saludar a estas amigas e intercambiar algunas impresiones cuando nos encontremos, corriendo, con ellas en el primer kilómetro; o cuando vayamos por la avenida de Arcentales, nos permitiremos charlar un poco con unos desconocidos que nos hablan de la Behobia-San Sebastián (que por cierto tanto le gustaba a Mada), a los que también ha venido a animar un amigo común de nuestro club.
La avenida de Arcentales, tan rompepiernas para todos, que marca el ecuador de la carrera y nos hace salir del parque del Paraíso (nuestro parque, en el que tantas horas dedicamos a los entrenamientos) tras una recta larga y que sube en una pendiente incómoda.
[José Manuel Fernández Pedregosa] —Sobre la carrera de Canillejas, no sé qué decirte: no estuve en la salida, ni en la meta, sólo vi pasar la carrera por el parque. Yo no conocí a Capitán y con Pueyo tampoco tuve nunca nada que ver, por lo que solo podría decirte algo de Mada, pero nada que no sepas tú: creo que el domingo corrió en el corazón de todos los compañeros del Suanzes; si nos pudiera haber visto desde donde esté, seguro que hubiera disfrutado viéndonos pasar corriendo entre tanta gente, orgullosa de ver tanto compañero en las primeras posiciones... A destacar en mi opinión el puestazo y el tiempazo de Miguel del Pozo: como dice él, “un currante de esto”; un tío que va a más y que parece que no tiene límites, me alegro mucho por él (qué buena gente es).
Pero volviendo a Mada: qué grande era, qué gran huella ha dejado en todos nosotros, no hace falta ser un gran corredor en tu club para ello, sino una gran persona, y en eso poca gente la ganaba; no la olvidaremos, mientras sigamos corriendo siempre habrá unos metros dedicados a ella, al recordar cómo tiraba del grupo al entrenar, marcando el ritmo de calentamiento.
Y al fin, comenzar en el km 7 la bajada por García Noblejas, primero recuperándonos y después siendo conscientes de que debemos acelerar hasta la meta por las cuatro calles que nos quedan (Emilio Muñoz, Cronos, Inocenta de Mesa y Néctar, que hemos corrido y recorrido tantas veces; salvo algún tramo, todas ellas en descenso): y aceleraremos todos, o casi todos, sintiendo acercarse la llegada, tanto los que acabaremos en la plaza de Canillejas justo a las doce del mediodía como los que cerraremos el pelotón a eso de la una menos diez. Al fin y al cabo el recorrido es el mismo para todos, los mismos diez mil metros, que uno después de otro, zancada tras zancada, en cierta medida nos igualan.
Unos acabaremos la carrera, al llegar al último arco, haciendo un gesto por Mada, señalándonos el pecho en el que nos hemos enganchado con un imperdible una foto suya; otros cogeremos una camiseta de las de apoyo a José Luis a pocos metros de la meta y cruzaremos ésta enarbolándola como una bandera. Otros, otras, la mayoría, tan sólo (que no es poco) finalizaremos contentas por haber dado todo lo que podíamos, en muchos casos con un verdadero subidón, riéndonos de pura euforia aun mucho después de haber acabado de correr.
Saludaremos a los amigos que nos congregaremos ante el pequeño escenario de la plaza, nos emocionaremos al ver a Pueyo emocionado, silencioso, recibir su homenaje; y aún más al escuchar a José Luis Capitán: sus palabras de agradecimiento a tantos amigos allí presentes, palabras que son también de entereza y de determinación; y que no quiere dejar pasar la ocasión para recordar a dos de los que se fueron: a Pegasito y a Mada; ni quiere tampoco dejar de citar a otro que sigue con nosotros, a Raúl Llamazares (que también fue homenajeado por la carrera en una edición anterior): los tres, enormes luchadores del Suanzes ante la adversidad, y a los que pone como ejemplo. Y el abrazo de Pueyo y Capitán, y las fotos.
[Manolo Griñán, 4/4] —Entre aquellos que considero especiales se encuentran tres hermanos, los Capitán, con quienes estreché vínculos en los albores del nuevo milenio, allá por Lisboa, entre Sagres y Super Bocks, entre Kipketer y Niyongabo. Desde aquellos mundiales indoor he tenido ocasión de comprobar que son amigos de verdad, de esos que están ahí cuando algo te preocupa.
Ahora lo están pasando mal y no es para menos. He vivido una situación personal muy parecida y sé lo que se sufre. Pero también sé quién es el mediano de los Capitán. Sé cómo está peleando y sé el valor que demuestra a diario dando a conocer su aún no diagnosticada enfermedad. Cada vez estoy más convencido de que vivimos en una sociedad estúpida. En una sociedad en la que estamos dispuestos a pagar doscientos euros por ver un partido de fútbol de 90 minutos, pero protestamos cada mes de septiembre cuando tenemos que comprar los libros del cole para nuestros hijos; en la que algunos dicen que los españoles les roban y hay otros que van de patriotas menos cuando hay que pagar impuestos; en la que acostumbramos a mirar hacia otro lado hasta que nos toca y luego culpamos a los demás por nuestra desgracia.
Y ahí aparece Jose, sereno, sensato, hablando con una elocuencia que demuestra lo afortunados que han de ser sus alumnos. Sin rencores, sin ofuscación, sin buscar culpables. En plena lucha, con disciplina y ánimo inquebrantable. A la espera de alguna noticia buena en un camino lleno de golpes. El domingo me preguntó cómo lo veía. Lo veo preocupado, sí, pero arropado. Lo veo físicamente tocado, sí, pero anímicamente fuerte. Lo veo con miedo, sí, pero con una valentía descomunal. Lo veo activo en su trabajo. Lo veo rodeado de amigos y al calor de una familia incomparable. Lo veo con todos los atributos necesarios para ganarle la batalla a su enfermedad. Lo veo volviendo a recibir un homenaje en Canillejas, pero esta vez en el rol de Jesús del Pueyo y con la edad del más reconocido entrenador de atletismo de mi barrio, el de Canillejas.
Y allí estaré ese día, aunque sea con andador, llegando a la meta para tomarme una Super Bock y recordar con los Capis el día en que Rui Silva batió a Reyes Estévez en la pista cubierta del Pavilhão Atlântico de Lisboa.