Texto escrito por Manuel Griñán dedicado a Carlos Chacón con motivo del bronce obtenido por éste último en los 5kms Cross del Campeonato de Europa de categoría Máster.

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Me vais a llamar pesado porque ya lo he comentado muchas veces. Lo de Carlos Chacón es para quitarse el sombrero. Habrá quien tenga como referentes a corredores profesionales o a atletas populares de clase innata, de esos de tobillo fino, que no corren sino que se deslizan por la pista o el asfalto. Pues yo no, señores. Mi referente es un peluquero del Barrio de la Concepción que en mitad de su jornada laboral sale a entrenar en el Retiro. Y no importa que esté cansado por trabajar de pie, que le haya tocado reparar algún equipo de la pelu, que haga frío, que llueva o que nieve, que hayan cerrado el parque por el viento, que alguno de sus hijos le haya dado mala noche o que tenga un picorcillo en la garganta, sabes que Carlos no te va a dejar tirado y estará puntual para hacer el entrenamiento que toque. Y es normal que mi referente sea un atleta como él. La clase se tiene o no se tiene, por tanto es absurdo que yo me fije en atletas que entrenando tres días a la semana son capaces de competir a menos de 3:30 como si nada. Si de alguien puedo copiar algo es de tipos como Carlos Chacón, un ejemplo de lo que se puede conseguir a los 48 años a través de la constancia y la voluntad.

Somos compañeros de club desde hace años, pero no fue hasta 2013 cuando empecé a entrenar con él. Le tenía por uno de esos atletas heterodoxos y bastante alocados, de los que corren como potrillos, sin pensar en el día de mañana, dándolo todo en cada entrenamiento y planificando poco o nada. De esos que salen de casa sin saber qué van a hacer y tendrían su principal exponente en mi querido amigo José Felix, el Soma. Confieso que para un tío como yo, que soy la ortodoxia llevada al extremo, que tengo a Sergio Fernández Infestas como el Mesías y soy atleta metódico hasta límites inconfesables, compartir entrenamientos con alguien como Carlos me causaba cierto desasosiego. Mucho más cuando, al poco de empezar a quedar con él en el Retiro los martes y los jueves para hacer las series, comprobé que todos mis temores se confirmaban. Este tío no tenía medida. Si teníamos que hacer 20 x 400, él arrancaba con un 1’12 que ya nos dejaba finos para el resto de la sesión. Si se trataba de un controlado, por más que yo marchase dos metros detrás gritándole para que se frenara, el primer mil siempre era el más rápido. Para colmo, muchos martes post-competición dominical, me enteraba de que el lunes había rodado 20 kilómetros porque se había encontrado con Fulanito y luego con Menganito y, claro, se había calentado.  

La primera temporada que compartimos anduvimos a la par. Ambos, eso sí, mejoramos. La segunda temporada, en cambio, se me dio mejor a mí que a él. A fuerza de entrenar con alguien a quien debes ir frenando continuamente y a base de asimilar el trabajo, completé la mejor temporada de mi vida. Carlos seguía progresando pero se quedaba un pelín atrás. Quiero pensar que tuve algo de influencia en el cambio que, poco a poco, se fue fraguando. Dado que yo entonces avanzaba a mayor ritmo que él y no paraba de recalcarle las cosas que a mi juicio hacía mal, Carlos empezó a controlarse. Primero aprendió lo que significa el descanso activo. Posteriormente entendió la importancia de distribuir adecuadamente la carga de trabajo semanal. Seguidamente entendió el significado del símbolo “x” que sigue al número de series a realizar y precede a la distancia a recorrer en cada una. Y la conversión definitiva llegó cuando comprendió que la alimentación tiene cierta influencia en el rendimiento.

Os voy a contar una anécdota. En octubre de 2010 formé parte del equipo del Suanzes que se proclamó campeón de España de maratón en categoría de veteranos. Corríamos en Ciudad Real y, como es preceptivo en estos casos, dado que no nos daba tiempo a desayunar en el hotel, la tarde previa a la carrera entramos en un supermercado para comprar provisiones. Aún recuerdo la cara de mis colegas Ángel Calero y Jesús Fernández Navas cuando fuimos a la caja y constatamos que el desayuno de nuestro compañero Carlos Chacón consistía en un surtido de gominolas de todos los colores y tamaños, destacando especialmente una fresa que debía medir diez centímetros de largo por otros tantos de ancho. Entonces nos comentó su pasión por las golosinas. Más tarde averiguaría otros hábitos alimenticios de dudosa compatibilidad no ya solo con el rendimiento deportivo, sino incluso con la mera salud.

Así pues, cuando Carlos decidió hacer algunos ajustes a su peculiar dieta, el efecto no se hizo esperar. Perdió alrededor de 5 kilos que, sumados al resto de cambios previamente comentados, le hicieron dar un salto cualitativo inesperado para cualquiera que no le conociera como le conocía yo a esas alturas.

Pero si admiro a Carlos no es porque siguiera un plan, cambiara sus rutinas y eso le reportara una considerable mejora a pesar de su edad. Es su ambición y su resistencia al conformismo la que me tienen cautivado. Me he cabreado con él varias veces porque empieza a parecerse a esos que nunca están contentos con nada. Hace 32:45 en un 10k y acaba refunfuñando porque esperaba algo mejor. Quedamos campeones de España de cross por clubes y se lamenta de no haber subido al podio individual. Un día le agarré por el cuello y le dije bien claro que ni él ni yo tenemos la calidad que tienen otros. Que siempre aparecerá algún atleta de mucha más categoría con el que no podamos por una pura cuestión de marcas (con 32 minutos no se gana a atletas de 27). Que nuestro mérito es poder competir de tú a tú con ellos y ganar a todo aquel que no entrene como nosotros. Y que quedar quinto en un nacional es la leche, aunque tenga que aguantar que le llame el Emperador (por aquello de Carlos V de España).

Afortunadamente no me hizo mucho caso. Ahora se queja menos pero está claro que no se rinde. Y la mayor y más merecida demostración de ello fue su tercer puesto en el cross del Campeonato de Europa Máster. En un circuito durísimo, en medio de un huracán, Carlos encontró las condiciones idóneas para alguien que nunca ha dejado de entrenar por la meteorología y fue capaz de seguir la estela de dos grandes veteranos como Cuadrillero y Oriach, obteniendo así justo premio a su constancia. Y no será el último.

                                                                              Manuel Griñán